Ella, los ojos rojos
de llorar por las noches pintadísimos de negro en el autobús de las mañanas,
sujetando sus ganas a la barra metálica, fluyendo por los nervios de esa ciudad
lluviosa, con el sueño no tan secreto de huir. Entusiasmo en la cordura, primeriza
en ser feliz, falta de costumbre. Él, don cómosepuedequerertantoaalguien, expuesto a nada, tres días a la semana, los
mejores polvos de su vida entre sillones y copas de vino, aventuras en rellanos, los amorosos tirándose besos a través de la ventana cuando la espera a la salida.
El día aquel que le dijo entre risas
"somos cucarachas, ¿sabes por qué? porque ni un desastre nuclear puede con
nosotros".
Ella, hace meses, drogándose en pisos de extranjeros con una botella en
la otra mano, apagando el móvil para no mandarle mensajes estúpidos suplicando
un te necesito. Heridas en la lengua de tanto mordérsela para no
hacer más daño. Él, olvidando todo lo malo en cada despertar, llegando borracho
y solo a casa, sentenciando"acuérdate
de esta fecha porque desde hoy eres la mujer de mi vida". Y la resurreción de las dudas después de cada
espera, cada dolor, cada noche en vela. Y el olvido de toda explicación cuando
se mudan de estado de ánimo y recuerdan cómo era besarse por las esquinas.
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